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Extraído del libro Apuntes Históricos y Leyendas de Villanueva del Río y Minas de D. José Hinojo de la Rosa:

<<La historia que voy a contaros tuvo por escenario el Cerro de la Encarnación. Aunque en la antigüedad se llamó Monte Horcaz hoy día consta en el Mapa Topográfico Nacional de España (hoja nº 963) con el nombre de Cerro de la Encarnación, por haber existido en el centro mismo una Ermita, que data del siglo XVII y dedicada a la advocación de la Encarnación de María Santísima, de la que solo existe ruinas, quedando en el olvido hasta el año 1944 en que nuevamente hubo peregrinación al cerro con la construcción de la Ermita de Santa Bárbara.

La leyenda o historia que voy a narrar nada tiene que ver con las ermitas del Cerro, es mucho más antigua ya que sucedió en la época de la invasión musulmana en la Península Ibérica, y por supuesto en esta fecha el Cerro de la Encarnación fue ocupado y habitado por los árabes, dada sus cualidades como punto estratégico para la defensa, aún se pueden apreciar los restos de los que fue una fortaleza o castillo medieval.

Desde mi infancia y a lo largo de mi vida, de boca de los más viejos del pueblo he escuchado miles de historias en relación con el Cerro, el Castillo y sus cuevas o pasadizos con trampas mortales. De todas ellas la que más me impresionó fue la de Zoraida, la mora cautiva del Cerro, por el hecho de que la persona que me la contó fue un viejo árabe, descendiente de los Al-Andalus emigrados durante la reconquista al norte de Marruecos.

Fue de forma causal, hace aproximadamente unos cuarenta y cinco años. Una mañana de primavera cogí el tren correo de viajeros para desplazarme desde la Mina a Sevilla, ya que no tenía otro medio de locomoción. Al subir al vagón busqué con la mirada un asiento libre donde poder sentarme, tuve la suerte de hallar el único que quedaba junto a un anciano de unos setenta años; lo primero que me llamó la atención fue su indumentaria árabe, en su rostro se adivinaba una gran dulzura, fortalecida por la experiencia que dan los años. Le saludé lo más cortés posible con el temor de no ser correspondido: ¡Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que me respondió en castellano!

Como el tren tardaba en ponerse en marcha, picado por la curiosidad abordé con una serie de preguntas a mi compañero de viaje, todas ellas encaminadas a enterarme de los motivos por los que viajaba por España.

No solamente dejó satisfecha mi curiosidad sino que además dio muestras de ser un gran interlocutor. Cuando el tren se puso en marcha vi cómo a través de la ventanilla, Almanzor, que así se llamaba, miraba con una mezcla de gran ansiedad y nostalgia en dirección al Cerro de la Encarnación, como queriendo descubrir algún misterio. Al observarle me dio la impresión de que conocía de antemano el paisaje que divisábamos a través de la ventanilla del tren.

Al preguntarle los motivos de tal interés me respondió de esta forma:

-Hijo, el paisaje y los campos que estamos viendo, hace más de quinientos años pertenecían a mis antepasados.

Al preguntarle si sabía algo sobre la historia del Castillo del Cerro de la Encarnación fue cuando su semblante se tornó grave y serio, al pronunciar estas palabras:

– Alá es testigo de que lo que voy a contar es mi verdad, es la historia que corría a través de generaciones de boca a boca hasta llegar a mi padre, el cual antes de su muerte me la transmitió a mi.

Ni que decir tiene que mi interés aumentó al escuchar estas palabras, ya que iba a tener la suerte de ser el primero en escuchar algo imprevisto sobre la historia del Cerro. Prosiguió Almanzor:

– Hubo un tiempo de lo que hoy son ruinas era un esbelto castillo que dominaba toda la comarca, el dueño que lo habitaba era un noble árabe llamado Abenamar, el cual tenía una bella hija cuyo nombre era Zoraida, no solamente era famosa por su físico y riqueza, sino que además poseía una gran bondad y cualidades morales; ni que decir tiene que con estos dones era constantemente pretendida por los más ricos nobles de la comarca.

– ¿Se casaría con alguno de ellos? – Pregunté impaciente.

– ¡Te equivocas! – Me contestó-. Porque desde muy joven su corazón se lo había entregado a un apuesto y gallardo capitán llamado Almanzor, de la escolta de su padre, que veía con agrado las relaciones de la pareja; la felicidad vivida durante unos años se vio amenazada.

– ¿Qué ocurrió?

– Pues verás –me dijo-, con la llegada del Rey Fernando para conquistar Sevilla vinieron bastantes nobles cristianos, entre ellos había un conde llamado Leudovico del que se decía por sus maldades que era amigo del diablo. Enterado Leudovico de la riqueza que poseía Abenamar, se dispuso con sus guerreros a conquistar el Castillo de Monte Horcaz. Cosa que hizo con gran facilidad, apresando a Abenamar y a todos los suyos.
Cuál no sería su sorpresa al ver la belleza de Zoraida, de la que quedó prendado. Tras mucho insistir por conseguir el amor de la joven y ante la negativa de ella, quiso obligarla, amenazándola con la vida de su padre, al que dio muerte despiadadamente.

– ¿Qué pasó con el joven Almazor? – volví a preguntar.

– Alá quiso que escapase con vida de la ira de Leudovico, escondido durante el día en una de las galerías secretas que tenía el castillo, que solamente era conocida por el padre de Zoraida y las personas más cercanas a él. En tanto, Zoraida, que gozaba de una libertad a medias, pues no se le permitía abandonar el recinto amurallado de la fortaleza, aprovechando las noches, se veía con su amado Almanzor ya que conocía la existencia del lugar secreto.
En tanto, el diabólico Leudovico no dejó de insistir para conseguir el amor de la bella joven, empleando para ello toda clase de estrategias. Por último, para persuadirla de su negativa, en lo más profundo del Cerro mandó construir una cámara que dotó de toda clase comodidades, a la que solamente se podía llegar a través de varias galerías, todas ellas llenas de trampas mortales, exceptuando la puerta que se abría con una gran llave de oro, la que se colgó del cuello para que nadie pudiese usarla. En dicha cámara encerró a Zoraida con su esclava.
Enterado el joven Almanzor de lo sucedido, aprovechando la oscuridad de la noche, abandonó su escondite. Y viendo que sólo no podía hacer nada para liberar a su amada, viajó como pudo hasta llegar a través del Estrecho al norte de Marruecos para reunirse con los suyos y, desde allí volver algún día acompañado de sus más fieles para rescatar a la bella cautiva.

– ¿Llegó a rescatarla? ¿Qué le sucedió a Leudovico? –Pregunté a la vez con impaciencia.

– De Leudovico cuenta que murió al caerse del caballo en una cacería, persiguiendo a una cierva, y que su cuerpo al perderse entre la maleza del monte fue encontrado a los quince días, todo devorado por las alimañas. Dicen que la llave de oro que le colgaba del cuello nunca apareció, aseguran que una loba se la llevó en la boca con parte del cuello para dar de comer a sus cachorros en la madriguera, quedando así enterrada en algún lugar del cerro.
El joven Almanzor nunca más volvió a España por falta de medios materiales para poder hacerlo. Se casó con una joven marroquí que le dio una larga descendencia, con la que vivió hasta el fin de su vida.

Cuando mi compañero de viaje terminó su historia el tren correo ya había llegado a Sevilla donde, al despedirme de él, cruzaron por mi mente infinidad de preguntas. Al darme la mano me dijo:

– Cuando subas al cerro, no dejes de buscar la llave de oro que puede que esté escondida en alguna madriguera.

En todos estos años, cada vez que subía al Cerro de la Encarnación venía a mi memoria la historia que me contó el viejo Almanzor, y me preguntaba el por qué mi narrador se llamaba igual que el joven protagonista de la historia, ¿sería descendiente de él o era simple casualidad?

¿Y las cuevas que existen en el interior del Cerro? Los más atrevidos que se han aventurado a entrar no han llegado a explorarla del todo, saliéndose apenas han recorrido unos metros porque aseguran que hay infinidad de peligros y ruidos producidos por las corrientes de agua subterránea, semejantes al llanto y lamento de una joven.>>

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