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Fuentes de la Mora en España hay a cientos, y todas con su leyenda, todas ellas primas hermanas si no idénticas. Esta es la que se cuenta en la villa de Lora y fue recogida por escrito por D. Diego García Álvarez en la Revista de Feria Municipal de 1990, de lo que sacamos este extracto:

En Lora del Río es bien conocido el famoso “pago” de las “Siete Huertas”, cerca de la Matallana, camino de Alcolea. También es sabido por todos que allí existía un abundante manantial cuyas aguas procedían de una oscura y profunda galería.

Seguramente alumbrada esta agua por los igualmente antepasados nuestros, creyentes de Mahoma y lectores del Corán, pues se llamaba <>, la que mediante un turno bien organizado y antiquísimo, no solamente solucionaba las necesidades corporativas acuosas de todos los residentes del pago, sino que con sus excedentes se regaba casi toda la superficie de las siete huertas.

(…) Las piedras del fondo de la Fuente de la Mora, tal vez a consecuencia de que el manto de agua pasa en su discurrir subterráneo por algún filón de mineral que lo produce, tienen unas manchas rojas que dan mucha similitud con la sangre.

De todo ello nació una leyenda que más o menos es la siguiente:

<< Los cristianos tenían cautiva a una bellísima mora de gente muy principal, pero con el tiempo la mora se enamoró de un apuesto y bravo cristiano con el que compartía lecho o, por lo menos, confraternidad.

Esto hizo que su cautiverio se relajara y que más que cautiva pasara a ser una de tantos.

Pero los moros jamás renunciaron a su correligionaria y un buen día se presentaron en el pago de las Siete Huertas, donde vivía dicha musulmana con su amante, bien pertrechados y belicosos, dispuestos a rescatarla, costara lo que costara.

Lo que los de la media luna no habían previsto era que entre ellos, como en cualquier otro colectivo humano, también había traidores y que uno de ellos ya había ido con la embajada a los cristianos. Y si las tropas sarracenas que llegaban eran numerosas, no lo eran menos las seguidoras de Cristo que los esperaban.

La batalla fue encarnizada. Murieron bastantes cristianos, pero casi todos los moros. Tanta fue la sangre derramada que el agua de la fuente se tiñó de rojo y cuando la sangre solidificó quedaron los coágulos para siempre sobre las piedras del fondo.

Luego hubo avenencia. Ambos bandos dialogaron. Los moros se enteraron de que la mujer, por la que tantos habían perdido la vida aquel día, no era digna de ello, pues si no había renunciado a su fe, tenía marchita su honradez, y por el amor y favores que dispensaba al cristiano les sobraban motivos para repudiarla.

Los cristianos, pensando que la mora había sido la causa de tantos males en uno y otro bando, también la despreciaron, incluso su concubino.
La mora lloró y lloró. Tanto, que la abundancia del agua se debe mucho a las lágrimas derramadas. Se encomendó a sus dioses para que la protegieran, pero no la escucharon. Entonces recordó que los cristianos tenían, entre otros, a uno que llamaban San Juan el Bautista del que contaban maravillas, las cuales había oído a lo largo de su cautiverio.

A él se encomendó y el Bautista la escuchó. Le concedió eterna vida y belleza, pro no libertad porque no la merecía.

Consecuencia de ello es que quedó cautiva y “encantada”, en el fondo de la galería de la fuente, con la sola autorización de salir al exterior a las doce de la noche del día 24 de Junio. En esta hora estaba autorizada a cantar sus infortunios, porque también cantaba de maravilla. (¡Cuántas leyendas tiene en España la noche de San Juan!)

Desde entonces sale todos los años la misma noche y a la misma hora, pero una maldición dice que el que la vea una vez, será la última cosa que vea. Sin embargo, se sabe hasta la letra de la canción que canta. Lo que no se sabe es la música, pues nadie se atrevió a escucharla:

Nochecita, nochecita,
nochecita de San Juan,
quien oyera a esta mocita
no la volverá a oír más.

De aquí en adelante que cada uno piense lo que quiera. Para eso tiene mente.>>

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