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El autor de esta crónica, D. Diego Delgado Díez, a petición nuestra, ha accedido a recoger por escrito unos sucesos acaecidos en la Vega loreña en la década de los 80. En dicha época el autor trabajaba como locutor y reportero en la desaparecida emisora Radio Lora F.M.:

<<     Septiembre de 1987. La recogida del algodón hacía poco que se había iniciado, y los algodonales lucían su blanco cautivador.

A la redacción de informativos de Radio Lora llegó la llamativa noticia de una extraña aparición en una finca cerca de esta localidad. No tardamos en trasladarnos hasta la zona de los supuestos hechos: el cortijo El Calonge Alto, a medio camino entre Lora y Palma del Río, por la carretera de El Rincón. Fuimos de noche.

Los lugareños, la mayoría de etnia gitana, nos contaban, aún con la sorpresa entre los labios, que por entre las matas de algodón surgió como una sombra blanca, con forma humana, pero más alta y sin facciones en la cara. Algunas mujeres invocaron a fallecidos suyos, por si fueran aquellas sus manifestaciones espirituales y tuvieran algo pendiente con los vivos.

Uno de los menos pacientes cogió una escopeta y se adentró en el cultivo en busca de aquel “fantasma” (“espanto” lo llamaban otros). El espectro, de repente, se posó justo frente a él, dejándolo inmóvil y con la respiración justa para no desfallecer. A los pocos segundos, volvió al punto de origen y luego desapareció.

A pesar de la oscuridad, intentamos infructuosamente obtener alguna respuesta entre aquellas matas.

Una familia nos llevó hasta la zona trasera del edificio, donde habían estado habitando en torno a un patio. Solían dormir, nos decían, al aire libre para sofocar el intenso calor de los resquicios de la vigilia veraniega.

Con el miedo clavado en sus recientes recuerdos, uno de los hombres nos narró cómo estando acostado notó una mano en su hombro. Al girarse para ver quién era, se dio cuenta de que detrás no sólo no había nadie sino que su colchón estaba desplazado varios metros de donde lo tenía, al lado del de su mujer. Sobresaltado, despertó a los demás miembros de la familia.

Aquella madrugada regresamos a Lora con los testimonios de unos trabajadores que vivían en el cortijo angustiados por el miedo, pero apresados por la necesidad de trabajar para comer.

Días más tarde, con el sol descargando su ira sobre los entrelazados hilos del algodón virgen, volvimos al lugar ante los insistentes comentarios de que las apariciones continuaban produciéndose.

Una señora mayor nos contó, aún aterrorizada, que en el interior de su infravivienda habían sucedido cosas muy extrañas, como la caída de una especie de arenilla del techo que nunca llegó al suelo, o el deambular de sombras sin cuerpo por los rincones. Ella pensó que se trataba de su “Manué”, que algo querría decirle desde el Más Allá. Pero la imagen, esta de color oscuro, nunca llegó a pronunciar palabra alguna.

Ya no sólo los gitanos eran testigos de las presencias fantasmales. Algunos de los “payos” del cortijo también se sintieron observados por algún extraño ser. Incluso el encargado sufrió uno de los episodios. Relató que en una pared del almacén brotó una especie de mancha amorfa, que aparecía y desaparecía y se desplazaba por las demás paredes, y que a veces se perfilaba como un rostro.

En algunos puntos de la finca pusieron potentes focos de luz para ahuyentar a las sombras en la noche o, con suerte, descubrir al semejante de carne y hueso que pudiera estar detrás de esta pesadilla, quién sabe con qué intenciones.

No lograron ni una cosa ni la otra. Las visiones se siguieron repitiendo, aunque en sitios distintos cada vez.

Todos los habitantes del cortijo El Calonge Alto, gitanos y payos, incluido el encargado y su familia, acabaron marchándose de aquel lugar antes de finalizar la campaña, dejando sin resolver el misterio de un “fantasma” que aún puede que siga deambulando por entre las matas del algodón… >>

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