1328189218_grandeExisten muchos lugares que siempre han reunido unas características peculiares, bien sea por su situación o por poseer algo que le da cierto embrujo o leyenda primordial. Uno de estos lugares está situado en el viejo Barrio de las Cuevas y es la antigua Fuente de la Gallega, cuyas aguas nacen en la orilla derecha de la Rivera del Huéznar y que, durante muchos años, dichas aguas eran conducidas a través de unta tubería hasta la orilla izquierda, donde era más fácil a la mayoría de la población beneficiarse de ellas.

Aunque en la actualidad esté marginada y algo olvidada, no siempre fue así, porque sus aguas han socorrido a muchas generaciones de mineros.

Hay que tener en cuenta que en el siglo XIX y las primeras décadas del XX era en este Barrio de las Cuevas donde se concertaban la mayor parte de la población de jornaleros emigrantes, procedentes de todas las regiones, que venían a trabajar a las Minas.

Buscaban siempre una vivienda, aunque fuera provisional, donde poder cobijarse. Este Barrio de las Cuevas era el sitio idóneo para ello, ya que con poco dinero adaptaban sus casas en el interior de las cuevas que abundaban en la zona o construían sus chozas con el material que le proporcionaba la naturaleza. Además, estaban cerca de la Rivera del Huéznar de cuyas aguas se beneficiaban. Incluso la fuerza de la corriente del río movía las torvas de más de algún molino de grano que allí existían y de los que hoy tan solo quedan algunas ruinas.

Hace muchos años, siendo el autor un niño, yendo por este Barrio en dirección al Molino de Eligio (ya desaparecido), agobiado por el duro calor de agosto y con la boca seca por la sed, al llegar a la Fuente de la Gallega se acercó para refrescarse y beber de sus ricas aguas. Cuál no sería su disgusto al comprobar que la tubería que atravesaba la Rivera con el agua desde la otra orilla estaba cortada, y para poder beber no tenía más remedio que cruzar al otro lado del río. Cosa que realizó con facilidad, saltando de piedra en piedra, ya que al ser una año de sequía, apenas corría agua por el cauce. Al llegar a la otra orilla se fue derecho a donde nacía la Fuente.

El lugar ofrecía un aspecto muy distinto al que tiene actualmente, al no haber viviendas, todo estaba poblado por varias especies de árboles: fresnos, álamos y alguna vieja higuera; las adelfas en flor con su colorido era un recreo para la vista. Los juncos invadían toda la orilla de las Riveras, donde unos cuantos chiquillos se zambullían en sus escasas aguas, y a los que el autor miraba con cierta envidia.

Cuando la sed fue saciada, se percató de que allí se encontraba un viejo mendigo, conocido en el pueblo con el apodo de “El Galleguiño”. El buen hombre se hallaba sentado en una piedra bajo la sombra de una higuera, protegido de los inclementes rayos solares. Tras saludarlo, le comentó al “Galleguiño” lo a gusto que se estaba en aquel lugar tan lleno de verdor y donde el agua hacía notar su presencia.

El hombre contestó que aquella Fuente no siempre había existido allí. Picado por la curiosidad pidió que aclarara eso, ya que no comprendía lo que quería decir. Fue cuando el mendigo contó la siguiente historia, que según él hacía algo más de un siglo que tuvo lugar:

<<La joven echaba de menos el clima húmedo y la tierra verde de Galicia, haciéndosele interminables las horas en que su marido estaba trabajando en la Mina. Por mucho que trataba de disimularlo en su rostro se reflejaba la tristeza, cosa que no pasó desapercibida al esposo, que no sabía qué hacer para tenerla contenta. Cuando le preguntaba qué sucedía ella le contestaba que nada, tratando de disimular, pero lo que sí echaba de menos era ver correr el agua cristalina de las fuentes de su aldea gallega.

Obsesionado con lo que su esposa deseaba el joven se desvelaba todas las noches pensando en ello. Una de esas noches tuvo un sueño ligero en el que vio nacer una fuente de cristalinas aguas, semejantes a las de su tierra gallega, en un lugar de su huerto. A la mañana siguiente, cuando se hubo levantado, lo primero que hizo fue dirigirse hacia aquel lugar del huerto donde vio nacer la fuente en su sueño. Tras examinar detenidamente el sitio observó cómo había en él gran cantidad de juncos y otras plantas que necesitan bastante agua para subsistir.

Sin pensarlo dos veces empezó a cavar en el lugar. Estuvo casi dos días rebajando el terreno hasta conseguir hacer un cortado en el mismo. A medida que rebajaba la tierra aparecía cada vez más humedad. Fue como un milagro: de pronto vio salir por entre la tierra un hilo de agua que se iba agrandando cada vez más, hasta convertirse en un caño que fue a desembocar a la orilla de la Rivera.

Locos de alegría, la joven pareja se sintió muy feliz al tener el agua potable necesaria para su consumo. Surtiendo además a todas las personas que, desde la otra orilla acudían. Desde entonces, todo el mundo empezó a llamarla y aún hoy es conocida como la Fuente de la Gallega”.

Esta fue la historia que le contó aquel viejo y que nunca ha olvidado. Han pasado más de cincuenta años y volvió de nuevo al lugar, decepcionándose al contemplar lo que queda de aquél sitio encantado de su niñez, aquel lugar donde la frondosidad de la vegetación que allí crecía libre daba cierto aire de embrujo gallego al ambiente. Qué bonito y hermoso sería que algún día viéramos caer de nuevo el chorro con sus cristalinas aguas en esta orilla izquierda de la Rivera, ahí donde se la conoce por el Barrio de la Fuente de la Gallega.

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