1328181051_grandeLeyenda recogida por D. José Hinojo de la Rosa:

<< La historia que voy a contaros vino a mis oídos narrada por Trinidad, la cuñada del antiguo cura párroco Don José, de la iglesia de Santiago el Mayor de Villanueva del Río.

Siendo yo un adolescente tenía como costumbre visitar asiduamente a a estas cariñosas personas, que hace ya muchos años dejaron este mundo para ir a otro mejor. Solo algunos de los vecinos de Villanueva del Río recordarán con cierta nostalgia a este carismático sacerdote y a su anciana cuñada. En más de una ocasión pasaba el día entero en su casa y para mi, la vieja Trinidad era una fuente de información inagotable a quien constantemente bombardeaba con preguntas sobre el pasado e historias de Villanueva, su Palacio y su Iglesia.

En cierta ocasión le pregunté sobre la forma en que había sido destruido y abandonado el Palacio de los Marqueses de Villanueva del Río. Trinidad me contó la historia que ella sabía y que ocurrió hacía más de dos siglos. Dicha historia había sido transmitida de generación en generación y formaba ya parte de la tradición oral de esta villa. Considero que es digna de ser perpetuada por lo hermoso que resulta la existencia de un amor fiel e imposible, todo ello a comienzos del siglo XVIII, época en la que el Palacio de los Marqueses de Villanueva se encontraba en su máximo esplendor, ya que éstos lo habitaban gran parte del año.

Vivía en él una joven doncella de alta alcurnia, sobrina de los marqueses y llamada Isabel. De unos dieciocho años de edad, la joven llamaba la atención no solo por su belleza, sino que además poseía muy buenas cualidades morales. Era tan bondadosa que a pesar de que en aquellos tiempos existían grandes diferencias entre clases sociales, ella nunca dejó de tener contactos y relaciones cordiales con las gentes sencillas del pueblo con las que gustaba de pasar gran parte de su tiempo.

De entre las muchas aficiones que poseía, destacaba la de la equitación. Su caballo era de pura raza y de color blanco. El encargado de las caballerizas del Palacio era un apuesto joven llamado Santiago, hijo del pueblo, dispuesto siempre a complacerla y esmerándose en atenciones hacia la bella joven.

Pero tanto fue el cántaro a la fuente que se rompió, de la misma manera fue tanto el contacto entre los jóvenes que surgió lo inevitable. Se rompió la frialdad y la distancia social entre ellos, surgiendo un amor ciego, por no decir imposible. Vivieron en secreto, todo el tiempo que pudieron, su mutuo afecto. Y aunque mantuvieron sus relaciones amorosas en el anonimato, en estos casos no hay nada oculto, ya que una simple mirada indiscreta y apasionada los delataba ante los demás. Al llegar esto a los oídos de los Marqueses decidieron prohibir al mozo de cuadra todo contacto con Isabel, incluso le prohibieron el cuidar del caballo de la joven, mandándole a otros menesteres en la limpieza de las cuadras.

En cuanto a su sobrina, los proyectos que los marqueses tenían para con ella era el casarla con un joven de la nobleza. Para ello fue mandada al Palacio que poseían en Madrid, cerca de la Corte de Felipe V, monarca contemporáneo de esta historia, no dejándola volver apenas al pueblo, que por aquellas fechas se denominaba Villanueva del Camino.

Pasó algún tiempo y en todo el pueblo corrió como reguero de pólvora la noticia de que la joven Isabel había contraído matrimonio. Se supo que el novio era un rico noble y que, aunque casi le doblaba la edad, poseía grandes riquezas y títulos nobiliarios.

A medida que pasaban los días al joven Santiago se le veía deambular desorientado, sumergido en una gran tristeza que, finalmente, degeneró en depresión.

Fue el 17 de Julio de 1713 cuando todo el pueblo de Villanueva contempló con gran estupor cómo el Palacio de los Marqueses estaba ardiendo por los cuatro costados. Las campanas de la torre de la iglesia no cesaban de sonar, llamando a todo el pueblo para que corrieran en ayuda de los habitantes del Palacio. El fuego hacía su implacable trabajo a pesar de que todo el pueblo acudía con los medios que encontraban a su alcance para apagarlo. Una vez más este pueblo de Villanueva demostró su gran solidaridad, colaborando en los trabajos de rescate.

Una vez aplacado el fuego y hecho balance de los daños causados y pérdidas producidas pasaron unas horas hasta que se dieron cuenta de que el joven mozo de cuadra no aparecía por ninguna parte. Todo el mundo se dirigió apresurado a las caballerizas de Palacio, punto donde se inició el fuego, dada la gran cantidad de pacas de paja que había allí almacenadas y de fácil combustión.

Cuál no sería el asombro de todos al contemplar horrorizados el cuerpo calcinado y sin vida del joven Santiago, envuelto aún entre las cenizas todavía incandescentes. Hubo quien pensó que Santiago se quiso quitar la vida voluntariamente, sin pensar en las consecuencias y magnitud alcanzadas por el fuego al destruir el Palacio. Lo cierto y verdad fue que éste no pudo soportar un amor imposible y decidió dejar este mundo.

Antes de regresar a mi casa en Las Minas quise dar un paseo con la bicicleta por las ruinas del Palacio. Cuando me acercaba el Sol de Poniente, a la caída de la tarde, se filtraba con sus rayos entre las grietas de los tapiales de las ruinas. Sus tonos rojizos daban la sensación de estar en llamas. Absorto ante este espectáculo me invadió un escalofrío al escuchar el chillido producido por una de las lechuzas que anidaban en la torre de la iglesia, parecido al lamento de una persona joven que, desesperada, perdía la vida entre grandes sufrimientos. Esto me hizo abandonar el lugar lo más rápido que pude. >>

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